Wednesday, October 20, 2010

Un trozo de Diario de una maestra


             “Irene Gal no se pregunta qué es lo que ocurre.
“Irene Gal no se detiene a pensar por qué la ciudad se está convirtiendo en un montón de ruinas. Por qué la gente corre alocada a refugiarse en los sótanos de las casas cuando suena la sirena del puesto de observación y las campanas de la catedral tocan a rebato. Por qué las puertas y las ventanas de las casas están cubiertas de sacos terreros. Por qué las calles están alfombradas de ceniza, de tejas, de cascotes… Por qué han sido requisados los alimentos. Por qué no hay pan. Por qué la ciudad permanece a oscuras. Por qué las bocas de riego abiertas al servicio público están controladas por movilizados, y hombres, mujeres y niños forman colas interminables, aguardando, bajo una lluvia de balas, su ración de agua…”

pág. 86

Friday, October 1, 2010

Trozos


Nada, pág. 26
               
“--No me dejaba decir nada y yo tragaba sus palabras por sorpresa, sin comprenderlas bien.
                --La ciudad, hija mía, es un infierno. Y en toda España no hay una ciudad que se parezca más al infierno que Barcelona… Estoy preocupada con que anoche vinieras sola desde la estación. Te podía haber pasado algo. Aquí vive la gente aglomerada, en acecho unos contra otros. Toda prudencia en la conducta es poca, pues el diablo reviste tentadoras formas…Una joven en Barcelona debe ser como una fortaleza. ¿Me entiendes?”

Entre visillos, pág. 171 

“--Pues porque no. Está dicho. Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; conque sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra. Además, nos vamos a casar en seguida.
                Anduvieron un poco en silencio.
                --Cuantas veces tenemos que volver a lo mismo. Ya estabas convencida tú también.
                --Convencida no estaba –dijo Gertru con los ojos hacia el suelo.
                --Bueno, pues lo mismo da. Te he dicho que lo que más me molesta de una mujer es que sea testaruda, te lo he dicho. No lo resisto.”

Los hijos muertos, pág. 28
                 
               “Lucas Enríquez vio un día y otro día, en la iglesia, a la pequeña Verónica. Una tarde, se presento en La Encrucijada, con traje de seda cruda, en su anticuada y linda berlina de grandes ruedas rojas. Pidió la mano de Verónica, a la antigua, con toda solemnidad. Los ojos opacos de Gerardo Corvo brillaron fugazmente, como en los viejos tiempos. Verónica solo tenía catorce años, pero era una criatura bien desarrollada, de una belleza deslumbrante…
                Gerardo la miraba, en silencio. La veía, resentida o tal vez prudente, tal vez la única sensata. <<Isabel, indiscutiblemente el único espíritu fuerte, emprendedor, seguro, de esta casa. >> Nada positivo se sabía aun de Cesar. Nada, y en el fondo de su corazón adivinaba que nunca, tampoco, se sabría otra cosa mejor de él. Isabel advertía con palabras como plomo, con palabras llenas de cordura, como cuchillos, ciertas y brillantes. Pero Verónica les escuch
ó en silencio, y sencillamente dijo: <<No. >> Como lo decía ella, sin que otra palabra se pudiera añadir después: <<Y es por él, padre, por el, que esta loca tira por la ventana nuestra salvación. ¡El, aun, ha de traer más desgracia a esta casa! >>”